.

.

Wednesday, June 28, 2006

Perú: Estrategia de desarrollo para un mapa político urgente

A punto de iniciarse una nueva administración, el Perú tiene el desafío formidable de superar la pobreza, crecer rápidamente y, al mismo tiempo, hacer viable la gobernabilidad.

Esa triple tarea histórica no podrá ser realizada con la urgencia que la hora política requiere, ni con los escasos recursos financieros con que cuenta el país. Porque las reformas estructurales, que son necesarias para desarrollar el Perú, precisan de tiempo para su implementación (vale decir, estabilidad política) y de dinero (inversiones y gasto público) para su materialización, y ambos elementos no estarán a la mano de la nueva administración que se constituirá este 28 de julio.

Políticamente el sur andino no puede esperar, ni ser limitado a un insuficiente gasto social, asistencialista y episódico. Y los preocupantes anuncios de una oposición a ultranza son un claro indicativo que todo programa social destinado a aliviar a los menos favorecidos chocará con la impaciencia promovida por sectores radicalizados del expectro político nacional. En ese clima de incertidumbre, de inestabilidad política y social y de previsible violencia, el riesgo-país aumentará y el Perú no será favorecido por los inversionistas.

Por ello, el nuevo mapa político del Perú1 necesita de un plan de emergencia que debe ser político y económico, inmediato y estructural, que produzca rápidamente trabajo, aumente el PBI per cápita de la población, disminuya drásticamente la desigualdad social y no pierda de vista el desarrollo del país, estableciendo al mismo tiempo las bases del crecimiento sostenido y garantizando el fortalecimiento de la economía nacional y su inserción en los mercados internacionales con mayor competitividad.

La única manera de lograr estos objetivos es orientando los recursos financieros del país hacia la superación definitiva de su brecha en infraestructura básica.

Desde Angus Madison y su portentoso libro Monitoring the World Economy: A Millennial Perspective, 1820-19922, hasta William J. Berstein, en su celebrado libro The Birth of Plenty: How the Prosperity of the Modern World was Created (The MacGraw-Hill Companies, Inc., 2004)3, todos los estudios económicos han ponderado la necesidad primera de invertir y potenciar la infraestructura básica para alcanzar la prosperidad de las naciones.

Sin infraestructura física, sin más y mejores caminos, puertos, aeropuertos, sin una mayor y mejor transmisión y distribución de la energía eléctrica y sin el desarrollo de las telecomunicaciones, ningún país puede aspirar a pasar de la barbarie a la civilización, de la pobreza extrema a la prosperidad, de la inestabilidad política a la gobernabilidad.

Ese es un paso necesario que debe darse ahora en el Perú, no solamente por constituir una condición insoslayable para el crecimiento económico y para el futuro de su democracia, sino también porque ese proceso formidable de gastar en ingeniería para el desarrollo ofrece simultáneamente la oportunidad de dar más trabajo a los peruanos en proyectos nacionales que aumentarán sus ingresos, reducirán sus desigualdades sociales y traerá al país mayor estabilidad política. “Ese conjunto de inversiones –ha ratificado un estudio de Calderón y Serven (2004)- permitirá movilizar recursos internos del Perú, creando fuentes de trabajo, atrayendo inversiones complementarias y desarrollando el mercado de capitales, beneficiando así a todos los peruanos”.

En un reciente y enjundioso estudio publicado el pasado año por el Banco Mundial, Infraestructura en América Latina y el Caribe: Tendencias recientes y retos principales (2005)4, y cuya autoría corresponde a Marianne Fay y Mary Morison, se ha destacado precisamente la importancia que tiene para los países en desarrollo la inversión en infraestructura básica, como factor decisivo para la aceleración de sus economías, de su productividad y competitividad y para producir, al mismo tiempo, trabajo y disminuir dramáticamente las desigualdad social.

Sin embargo en la actualidad la región gasta menos del 2% del PBI en infraestructura (1.7% menos de lo que gastaba entre 1980 a 1985) y ello explicaría la efervecencia política que vive el continente, a pesar de sus cifras macro económicas que no se traducen en beneficios tangibles para la población, lo que pone en riesgo el sistema democrático y los logros alcanzados por los programas de estabilización económica.

Fay y Morrison han señalado, por ello, que mejorar la infraestructura es un gasto estratégico imperativo que debe afrontar la región y han precisado, además, cifras y posibles beneficios. Así, mejorar la infraestructura de la región al nivel de Corea “produciría un aumento del PBI per cápita de 1.4% a 1.8% anual y reduciría la desigualdad en 10% ó 20%”. Pero para ello se requeriría, sin embargo, de un aumento significativo del gasto en infraestructura, es decir 6% del PBI, y durante un largo período: 20 años.

Ambas cifras parecen significativamente arduas para la economía del Perú y para su nuevo mapa político, impaciente, encrespado y amenazante.

En efecto, el déficit en infraestructura básica del Perú asciendería a la suma de US$ 18 mil millones o lo que tendría que gastar el país en los próximos 10 años en los sectores de transporte, agua y saneamiento, energía y telecomunicaciones, de los cuales el 71% corresponde a provincias fuera de Lima (IPE y ADEPSEP, 2003)5. Sin embargo, entre 1980 al 2002, el país ha gastado un promedio de 1.5% en infraestructura, por debajo del promedio de Chile (4%) y uno de los más bajos de la región (Easterley y Serven, 2003).

Según un estudio de Calderón y Serven (2004), para mantener las actuales tasas de crecimiento el Perú debería invertir entre el 3% ó 4% del PBI en infraestrutura en los próximos 20 años, es decir, apunta ese estudio, 3 veces más de lo que ha hecho en los últimos 5 años. Y más adelante añade, refiriéndose a la localización que deberían tener esos recursos –localización que coincide con las zonas consideradas prioritarias por el nuevo mapa político del Perú, constituído el 4 de junio último-, que “esas inversiones deben focalizarse en las regiones geográficas menos centrales, en los grupos socioeconómicos menos favorecidos y en los sectores más relegados, en particular agua y transporte”.

El Perú debe gastar de inmediato en infraestructura física si quiere sobrevivir políticamente y si desea enrumbarse hacia el desarrollo. Es decir, la urgencia de la hora política nos está devolviendo al camino que debimos transitar desde un comienzo para superar la pobreza y alcanzar la prosperidad, como lo hicieron otras naciones del mundo.

Se ha hablado de la reasignación y reorientación de los recursos del estado para enfrentar esa y otras urgencias, como educación (uno de los pilares fundamentales de la competitividad), vivienda, salud e investigación científica. Pero ello requiere, más que un recorte de asignaciones o su mejor distribución, una dramática y, por cierto, necesaria reingeniería del aparato estatal cuya materialización demandaría, sin embargo, un esfuerzo de largo aliento, incompatible como solución única y, sobre todo, inmediata para la hora política que vive el país y para el futuro de su gobernabilidad.

Se ha dicho también que el contexto internacional es el mejor para una nueva administración que quiere llevar a cabo cambios profundos en el país. Pero ya el Banco Mundial ha anunciado las negativas perspectivas para el precio de nuestros minerales en los mercados internacionales, pues según esa institución el precio de esos productos caerá a partir del próximo año.

También se ha afirmado que el comercio internacional, aparentemente alentado con la firma del TLC, sería la panacea para la economía peruana. Pero lo ha dicho más de un especialista en el tema: El comercio internacional es solamente un aspecto del desarrollo. El otro es la competitividad y los precios de nuestros productos no podrán ser más competitivos que el de nuestros vecinos sin la adecuada infraestructura básica, que influye decididamente en los costos de producción, distribución y en el precio final de nuestros productos. Según el informe citado del Banco Mundial sobre infraestructura en la región, el costo de logística constituye solo el 10% del valor del producto en los países industrializados. Mientras que en Chile es de 15%, en el Perú alcanza el 34%.

El mismo informe indica que el interés del sector privado en infraestructura ha disminuído y que las privatizaciones son inmensamente impopulares en la región, cerrando así otros dos canales de financiamiento y captación inmediata de recursos que podían ser orientados a cubrir la brecha en infraestructura básica.

La solución entonces es adoptar una medida transcendental para el futuro del país, difícil en su realización pero que, en su momento, fue llevada a cabo con éxito por otros países como Bolivia y Polonia – casos paradigmáticos de esta experiencia que alcanzó a otros doce países del mundo- que enfrentaron crisis, distintas en su naturaleza, pero de similar urgencia, y con la ayuda de la comunidad financiera internacional recorientaron sus recursos gracias al éxito que alcanzó sus estrategias negociadas de cancelación o reducción de deuda externa.

Indudablemente la deuda externa, en el marco del nuevo y urgente mapa político del Perú, constituirá uno de los mayores obstáculos para la estabilización económica y para la gobernabilidad del país. El Perú tiene una deuda externa que ya alcanza la suma de US$24, 230 millones (MEF), lo que representa el 28% de nuestro PBI. El país paga a sus acreedores alrededor de US$1, 800 millones anuales, producto de la última renegociación de la deuda pública que, efectivamente, fue reducida pero significó también el aumento de la deuda privada debido a los préstamos de corto plazo que contrajeron los bancos comerciales.

En 1985 Bolivia enfrentaba una nueva crisis que hizo colapsar el programa de estabilización macroeconómica del presidente Paz Estenssoro. Esa crisis se produjo, principalmente, por la caída de los precios del estaño en los mercados internacionales, lo que tuvo como corolario la bancarrota del país, despidos masivos y la violenta protesta política en las calles. Luego de una leve estabilización los acreedores bolivianos solicitaron la reanudación del servicio de la deuda. Bolivia se opuso porque ello hubiera implicado una situación “políticamente explosiva y una carga socialmente inaceptable para los pobres de Bolivia, a través de futuros cortes en gastos del gobierno y aumento de los tributos (si estos fueran posibles de recaudar)” 6.

Luego de intensas negociaciones realizadas por un inteligente equipo económico encabezado por Jeffrey Sachs, la estrategia boliviana de cancelación de la deuda externa finalmente se impuso. “Fue un concepto radical –dice Sachs en su libro The End of Poverty- pero era la manera más prudente y realista de enfrentar las circunstancias económicas del país”7.

Desde entonces hasta el 2003 Bolivia pudo gastar un promedio de 6% en infraestructura, lo que permitió casi dieciocho años de estabilidad política, el más largo de la historia republicana de ese país, con un crecimiento económico modesto, es cierto, pero cuyas causas están relacionadas con otros factores como la falta de planificación, de previsión, las profundas divisones regionales (el occidente altiplánico y el oriente de los llanos) y también étnicas y, por supuesto, la radicalización de sectores políticos que terminaron por derrumbar de la gobernabilidad boliviana, la feroz protesta callejera y la emergencia de Evo Morales, a quien Humala piensa emular en el Perú en los próximos cinco años.

Pero Bolivia lo hizo y negoció la cancelación de su deuda externa con los organismos financieros internacionales, sobre la base de un concepto nacional que puso en la mesa de negociaciones con sus acreedores la urgencia política del país. Es decir, Bolivia sentó un precedente histórico.

El otro caso emblemático es Polonia. Salida del traumático enclaustramiento comunista y en la necesidad de enfrentar duras y sustanciales reformas económicas que podrían afectar su gobernabilidad y su naciente democracia, Polonia privilegió también su estabilidad política atendiendo el interés nacional. Para la administración de ese país europeo era muy claro, dice Sachs, que “las ganancias de (esas) reformas tenían que acumularse para el pueblo polaco, no para los acreedores internacionales de Polonia”. Blandiendo el London Agreement de 1953 que permitió a Alemania Federal conseguir de los aliados la sustancial reducción de su deuda contraída en la última preguerra mundial, la nueva administración polaca abrió con sólidos argumentos su estrategia negociada de cancelación de deuda externa, que terminó con la cancelación del 50% de esa obligación (alrededor de 15 billones de dólares).

Lo demás es historia conocida. Como lo señala Sachs, Polonia alcanzó un importante progreso que en el 2002 se tradujo en un aumento hasta del 50% en términos per cápita en comparación a 1990 (la más exitosa experiencia entre los países post comunistas de Europa del Este) y, en el 2004, Polonia pasó a ser parte de la Comunidad Económica Europea8.

El caso peruano también tiene argumentos para plantear una estrategia negociada de reducción o cancelación de deuda externa.

En primer término está la conservación de los pocos logros macroeconómicos alcanzados precisamente por el programa de estabilización económica, ahora en peligro por el inminente brote de la violencia política en el país producto de una anunciada oposición radical que, como la boliviana de Evo Morales que terminó con la gobernabilidad de casi 18 años del país del altiplano, acentuará con suma facilidad los límites y los evidentes fracasos de las reformas económicas y colocará al Perú al borde del abismo.

En efecto, para ofrecer algunas cifras sensibles para la población y para la gobernabilidad del país y que oscurecen totalmente el crecimiento económico alcanzado, cabe anotar que “el ingreso por persona en el Perú –la medida económica más básica del nivel de vida- está, hoy en día, casi al mismo nivel de hace 25 años. Esto constituye un fracaso económico de largo plazo extraordinario”9. Por ello Mark Weisbrot señala que “un fracaso de crecimiento y desarrollo de largo plazo de esta magnitud produce problemas económicos y sociales, incluyendo el desempleo y la pobreza, que no pueden ser resueltos con pocos años de crecimiento razonable”10.

Los indicadores corroborán, efectivamente, que si bien la pobreza disminuyó de 54.3% a 51.6% entre 2001 al 2004, la mayoría de la población vive aún por debajo de la línea oficial de pobreza. “En Lima y Callao donde viven 9 millones de personas (ó 32% de la población) la pobreza de hecho aumentó durante este período por casi 5 puntos porcentuales, de 31.8% a 36.6% de la población”, mientras que la tasa de desempleo aumentó a 10.5 %, si tenemos en cuenta que en el 2001 era de 7.8%.

Es decir, sin ayudas externas inmediatas que permitan al país satisfacer necesidades nacionales que no podrán ser satisfechas por un modelo económico evidentemente insuficiente o con beneficios económicos que no se traducen en un corto plazo (o no se traducirán jamás), el orden macroeconómico colapsará si cede a la enorme presión política por sus límites intrínsecos que han hecho que el programa no haya sido suficiente para mejorar el nivel de vida de los peruanos.

En segundo témino tenemos las negativas proyecciones para el próximo año de los precios de nuestros minerales en el mercado internacional, anunciadas por el Banco Mundial. Aunque la alarma no es tan grande como anuncian algunos especialistas, particularmente para el Perú debe ser motivo de preocupación. El sector minero representa la mayor parte del incremento de ingresos y exportaciones desde el 2001, cerca de US$6, 500 millones de un crecimiento total de US$ 10, 200 millones. El aumento en los ingresos del sector minero no obedeció a un incremento de la producción, sino al aumento de los precios de nuestros minerales en los mercados internacionales. Contra ese logro, condicionado por factores netamente externos, se alza un argumento aparentemente positivo: El superávit comercial ha sido de US$ 5, 200 millones (68% del PBI), sin embargo el superávit en cuenta corriente solamente llegó a US$1,030 millones o 1.4% del PBI debido, precisamente, al servicio de la deuda externa.

En tercer lugar figura los límites inmediatos de los acuerdos comerciales con los Estados Unidos, en términos de ampliación de mercados y divisas. El Perú deberá competir en condiciones totalmente dispares contra dos gigantes, China y México, que son los países que con sus productos actualmente dominan el mercado norteamericano. Además, estamos ingresando a una experiencia comercial que nos encuentra sensiblemente disminuídos en infraestructura física (transporte, puertos, aeropuertos, etc.) y social (principalmente educación) y las perspectivas comerciales del gran país del norte, pese al Tratado de Libre Comercio, apuntan a una disminución sustancial de sus importaciones.

En cuarto lugar, el Perú puede levantar otros dos argumentos contundentes para afirmar una estrategia de cancelación o sustancial reducción de la deuda externa, con el sano propósito de contar con recursos financieros inmediatos y orientarlos hacia la urgente satisfacción de las necesidades de su población, que ha expresado su radical protesta en la últimas elecciones de 4 de junio. Me estoy refiriendo a once años de terrorismo, de muerte y destrucción de infraestructura básica y el sólido argumento de la lucha y la superación inmediata, no diferida, de la pobreza, contra un posible y simpre latente rebrote del terrorismo en el país. Con una comunidad internacional particularmente sensible con el tema del terrorismo desde los luctuosos sucesos del 11 de setiembre del 2001, y con los países desarrollados focalizados en la orientación de sus recursos económicos en la lucha contra ese flagelo mundial, el Perú tiene que poner sobre una mesa de negociación de cancelación y reducción de deuda externa el antecedente sangriento de su propio drama, aún no superado del todo.

En quinto lugar, la geopolítica latinoamericana se muestra propicia para una estrategia peruana de cancelación o reducción de deuda externa. Los arrestos de Hugo Chávez en su propósito de construir en la región un bloque radicalmente duro antiamericano, colocan a la nueva administración del Perú a instalar este 28 de Julio en una posición ventajosa para ofrecer un nuevo liderazgo latinoamericano (junto con Chile, Argentina y Brasil), especialmente en el convulsionado sector andino, que ofrezca tranquilidad en la región y, así, recibir los réditos financieros de una diplomacia inteligente, moderada, integracionista, pero profundamente cooperativa con los Estados Unidos.

El Perú está en su hora decisiva. Un mapa político explosivo puede devolvernos a la ruta de la prosperidad y sentar las bases del desarrollo, primero, con la inversión en infraestructura, que dará de inmediato más trabajo a los peruanos y reducirá sustancialmente y en un corto plazo la desigualdad y la pobreza. Esa experiencia puede y debe ser acelerada, no olvidemos el mapa político del país surgido de las ánforas, con la cancelación o la sustancial reducción de su deuda externa para orientar esos recursos en gasto en infraestructura física y también social11 y, en el camino, aplacar una protesta política anunciada, cuyas consecuencias irán más allá de los efectos nacionales para trascender a la vida política y la gobernabilidad de la región.

La propuesta es radical pero razonable y cuenta además con antecedentes históricos que produjeron el progreso y la gobernabilidad de los países que se vieron beneficiados con la cancelación negociada de sus obligaciones con acreedores externos y la reorientación de esos recursos hacia la satisfacción de sus necesidades básicas.

El otro camino es la reiteración de políticas asistenciales, episódicas, motivadas por falta de realismo político y la magnificación de logros macroeconómicos limitados, que terminarán por sepultar la nueva e irrepetible oportunidad que nos ofrece un contexto político-económico nacional, regional e internacional, profundamente relacionado con nuestros temas históricos más urgentes pendientes de respuesta y que ahora reclaman una solución inmediata.
--------------------------------------------------------------------
1 De acuerdo con las cifras proporcionadas por la ONPE, al 99.992% de las actas excrutadas, al cierre de esta entrega (11 de junio del 2006) el candidato radical Ollanta Humala habría triunfado en 15 de los 25 departamentos del Perú (la mayoría del sur andino), con 6’269, 959 votos, apenas 694, 648 votos menos que el presidente electo, el socialdemócrata Alan García Pérez.
2 Agnus Maddison, The World Economy: A Millennial Perspective (Paris: OECD, 2001)
3 William Berstein, The Birth of Plenty: How the Prosperity of the Modern World was Created, The MacGraw-Hill Companies, Inc, 2004.
4 Banco Mundial: Unidad de Finanzas, Sector Privado e Infraestructura, Región de América Latina y el Caribe, Agosto del 2005.
5 Javier Coronado, editor, La Brecha en Infraestructura: Servicios Públicos, Productividad y Crecimiento en el Perú, Instituto Peruano de Economía (IPE) y la Asociación de Empresas Privadas de Servicio Públicos, (ADEPSEP). Lima, setiembre del 2003.
6 Jeffrey Sachs, The End of Poverty: Economic Possibilities for our Time, The Penguin Press, New York, 2005, p. 100.
7 Jeffrey Sachs, ob.cit., p. 101.
8 Jeffrey Sachs, ob. cit., p. 126-127.
9 Mark Weisbrot, Las Elecciones en el Perú: Contexto Económico, Center of Economic and Policy Research, Washington, 2006,
www.cepr.net
10 Mark Weisbrot, ob. cit., www.cepr.net
11 Según datos proporcionados por el Ministerio de Economía y Finanzas, el presupuesto del sector educación representó solo el 1.40% del PBI en 2005, mientras el 2006 está proyectado a una cifra de 1.33% del PBI. El del sector Salud fue de 0.93% del PBI en el 2005 y se proyecta en 0.85% del PBI en este año. En cuanto a Vivienda, el presupuesto en ese sector representó 0.20% del PBI en el 2005 y para el 2006 el 0.22% del PBI. Mientras tanto en el 2005 el gasto para cubrir el servico de la deuda externa representó el 6.30% del PBI.


Tregua por el Perú

En el marco de unas elecciones limpias y democráticas, lo que confirma su indiscutible legitimidad, Alan García Pérez ha sido elegido nuevamente Presidente del Perú. Se abre así un nuevo capítulo en la historia del país y del Partido del Pueblo.

Ha sido este acto electoral una muestra de civilización y una afirmación del sistema democrático, imperfecto claro está, pero un valor cuya continuidad en el tiempo nos permitirá, con la ayuda del todopoderoso, perfeccionarlo y tal vez transformarlo hacia una democracia más participativa, más plural y más humana.

En ese sentido será necesario, importante, urgente leer con sabiduría las cifras que arroja esta jornada electoral que ya fenece. El sur andino del Perú lo está reclamando y con una clarísima señal que ojalá sea bien interpretada por las autoridades que conducirán el país a partir de este 28 de Julio.

En las primeras horas esta noche, luego de conocidos los resultados de los comicios, el presidente electo parece percibir esa urgencia y ha dado las primeras muestras de estár encaminado a satisfacer esa necesidad histórica.

Si ese es el proyecto y ese el propósito, una tregua resulta natural para que el nuevo gobierno dirija todas sus energias a materializar tan formidable objetivo, que constituye, en suma, la esperanza de la peruanidad y la tarea histórica del APRA.

Desde esta tribuna y a lo largo principalmente, de la primera vuelta electoral, he sido, con propuestas concretas, un constante crítico de muchas de las iniciativas de García y un duro censor de la dirigencia nacional del Partido del Pueblo. Pero esta noche se inicia un nuevo proyecto que quiere y debe ser nacional y lo maduro, lo responsable es crear las condiciones necesarias para que el proyecto sea exitoso, más allá de las discrepancias políticas, porque primero está el Perú y García ha dejado de ser desde esta noche el líder del partido para convertirse, por voluntad popular, en el presidente de todos los peruanos y el conductor de un país que está buscando desesperadamente la justicia social dentro de la libertad.

Macera dijo alguna vez que el Perú es abortivo, refiriéndose así a todos las cosas que no ocurrieron o que murieron a mitad de camino en esa historia frustrante que es la vida nacional. No podemos cometer los mismos errores y confirmar esa tendencia suicida de destruir promesas. Debemos contribuir a que ellas se cumplan y para ello es preciso orden y unidad. Por eso la tregua. La tregua primero entre apristas. Desde aquellos que formamos parte de los que luchan por la renovación del Aprismo hasta aquellos que nos combatieron.

Y desde esta noche esa tregua se inicia para mí y espero para todos los compañeros de la renovación aprista, pensando en la felicidad del Perú y en el futuro de nuestos hijos, ahora en manos de un presidente que ha sido elegido democráticamente.

Tengo además la esperanza que la dirigencia del partido sabrá interpretar esta posición y procederá a renovar sus autoridades democráticamente, para que el partido cumpla de la mejor manera y con la mayor independencia de sus autoridades gubernamentales, su vigilante papel de los actos de gobierno a partir de este 28 de Julio.

Que el Dios de nuestros padres y los manes de los hombres y mujeres que dieron su vida por el Perú, por Haya de la Torre y por la Alianza Popular Revolucionaria Americana nos iluminen y que la promesa de la vida peruana se haga realidad en cada rincón de la patria que amamos.

Boston, 4 de junio del 2006

Renovación Aprista en el banquillo: Cuando la judicialización de la política encubre liderazgos incompetentes

El día de ayer los apristas comprometidos con la renovación del partido en democracia, hemos recibido la noticia relativa a las denuncias presentadas contra la dirigencia del partido por la c. Angela Valdez.

Sobre el particular quisiera pronunciarme y sentar así mi posición en torno a los eventos de ayer, confirmando opiniones pretéritas, para intentar definir lo que, en mi opinión, debería ser la lucha por la renovación del Aprismo.

Todos los que nos encontramos comprometidos en este esfuerzo de democratizar al Aprismo estamos concientes de la importancia que tiene no solo para los apristas sino para el pueblo peruano el rescate moral e ideológico del APRA. Porque el Aprismo en definición, es pensamiento político y herramienta social de nuestros pueblos para alcanzar la justicia social con libertad, transformando primero la institucionalidad política para iniciar después el desarrollo económico de las naciones al sur del río grande. Y porque ningún partido político ha tenido más responsabilidad, más compromiso, más influencia en la historia del Perú y de la región que el Partido del Pueblo, fiel de la balanza en la política nacional y referente insoslayable de otros importantes movimientos políticos del continente.

Ese es el valor histórico y potencial del APRA y por ello se explica nuestra constante y vigilante preocupación por su completa actualización ideológica y por su pronta democratización y renovación como partido político de cara a los grandes desafíos de esta nueva centuria y, como no, en lucha contra la corrupción política.

Pero lo ocurrido el día de ayer constituye, en mi concepto, una equivocada percepción de las cosas, con una motivación que siendo altruista y explicable ha terminado en convertirse en vehículo de figuración individual, producto de ambiciones personales, impaciencias y falta de preparación política.

Porque más allá del valor específico que puedan tener los instrumentos presentados como prueba contra la dirigencia del partido, punto importante que está pendiente de ser ventilado ante autoridades competentes, está la forma, la manera en que han sido presentados ante la prensa nacional e internacional y el liderazgo político que trasunta semejante acción.

Lo que correspondía en este caso concreto era presentar esos instrumentos, aparentemente probatorios para sus accionantes, ante la fiscalía para que esa autoridad inicie una investigación penal. Concurrir al local político del humalismo que se encuentra en estos momentos compitiendo la presidencia de la república con el Partido del Pueblo para ofrecerle a ellos la oportunidad de denunciar a altos dirigentes del Aprismo en plena campaña electoral, constituye una torpeza que solamente puede ser explicada por la iniciativa solitaria de una militante que está buscando figuración personal y encumbramiento político sobre la base de un tema caro para muchos de nosotros como es la renovación y la lucha contra la corrupción política.

Por ello es evidente que antes que la reflexión plural y el trabajo en equipo se ha privilegiado la emoción traidora del momento político; antes que la consulta y el consejo de un colectivo que previamente debió ser organizado y debidamente constituído para tomar de ese grupo humano la mejor decisión, se prefirió la prisa, la improvisación y el juicio individual de un solo cuadro político, empeñado en aprovechar la circunstancia electoral para catapultarse ella políticamente. Antes que la estrategia inteligente, responsable y madura, consecuente con la hora política que vive la nación, se ha preferido el flash seductor de la fotografía y el exhibicionismo torpe detrás de un micrófono ofrecido complacientemente en otra casa política y no en los tribunales de las autoridades judiciales competentes, ágora natural para esta clase de denuncias.

Y la oportunidad no puedo ser peor. Porque los instrumentos exhibidos, más allá de su eficacia, lo reitero, figuran colgados en una página de Internet desde hace más de dos años (tal vez más) y recién ayer, a escasos cuatro días de las elecciones presidenciales, estos mismos instrumentos cobran inusitada importancia “estratégica” y “moral” precisamente para aquellos que se negaron antes a pasar de las palabras a los hechos y, consecuentes con su único discurso político que manejan, el moral, importante pero no el único, presentar las pruebas de sus acusaciones ante las autoridades penales competentes, antes de iniciarse la campaña electoral.

Como se sabe yo no auspicio la campaña de García. Pero tampoco apoyo al candidato Ollanta Humala. Ocurre que en una campaña electoral, especialmente como ésta, en la que es difícil otorgar credibilidad a las acusaciones que se cruzan ambos sectores políticos en conflicto, y en un contexto putrefacto como es la institucionalidad política del país, acostumbrada a la compra-venta de voluntades por la inmesa cantidad de execrables mercenarios que existen en el mercado, ansiosos todos ellos por recibir una misera quincena, resultaba absolutamente contraproducente presentarse en estos momentos y, lo que es peor, en la vereda del frente, en la otra barricada, tratando de reinvindicar moralmente al Aprismo con documentos que estaban hace un buen tiempo colgados en la Internet, esperando ser recogidos por quienes nada dijeron públicamente antes de la elección presidencial.

Y se ha preferido cruzar la vereda del frente, abrazando de paso la ideología política confusa y desubicada del humalismo, porque esa “renovación aprista” evidencia nuevamente otro de sus problemas más preocupantes. Me estoy refiriendo a su incapacidad de renovar el pensamiento político de Haya de la Torre en un nuevo contexto nacional e internacional, por la falta de preparación intelectual y de conocimiento de la realidad de nuestro tiempo. Esos “liderazgos” se han camuflado en la grita romántica del comité y en el slogan radical y efectista para encubrir su ausencia de análisis de un nuevo contexto mundial que está definiendo la vida nacional.

Por ello se explica la judicialización de la política en la estrategia de esta clase de liderazgos vacíos de ideas. Porque cuando la judicialización de la política se eleva al nivel de programa político desplazando totalmente al análisis de la realidad nacional e internacional -lo estamos viendo en la campaña electoral y lo vivimos cada día en la política nacional, y en el caso concreto de la problemática interna del partido con el desplazamiento, con el soslayo de la actualización ideológica de APRA y la necesidad perentoria y responsable de producir propuestas concretas-, cuando esto ocurre, cuando se privilegia el amarillaje político como estrategia más allá de la eficacia judicial de las pruebas (que sintomáticamente no son presentadas ante autoridades competentes), entonces se cometen los excesos, los errores lamentables en que ha incurrido una militante que precisamente no se destaca por su compromiso con el análisis político serio, equilibrado, moderno y sobre todo enterado.

Ese no es el liderazgo responsable que necesita la renovación aprista. Ese no es el liderazgo preparado políticamente que precisa la renovación aprista. Ese no es el liderazgo colegiado y organizado que requiere la renovación aprista. Ese es un liderazgo que reproduce los mismos errores, los mismos defectos de sus perseguidos, aquellos a quienes ellos acusan de falta de preparación política, de mendacidad, de intolerancia, sintomatología de cuadros políticos cuya ineficacia los lleva generalmente al lugar común y vitando de la falta de ideas y la corrupción.

Lo he dicho una y otra vez y con la autoridad que me ofrece el registro de lo defendido en mis entregas y artículos antes de cualquier campaña electoral y con la consecuencia con un ideal que va más allá del momento político que enfenta hoy la nación y el Partido del Pueblo: O la renovación aprista piensa primero el Perú y el mundo para luego existir, se organiza primero para luego actuar sobre la base de las ideas y el análisis del nuevo contexto que lo rodea, o recurre, como viene haciéndolo, al amarillaje y la judicialización mediocre de la política para convertirse en parte del problema y no en la solución responsable que demanda un liderazgo honestamente comprometido con el conocimiento, la preparación y la articulación de ideas concretas que nos permitan elevarnos de la episódica página policial y la mugre al brillo racional y maduro, propositivo y actualizado del pensamiento político.

Boston, primero de junio del 2006